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Innovar en la administración pública; es olvidar los conocimientos

Publicado por Miguel Carrión el 19 Enero 2017 18:23 en Administraciones Públicas, Innovación, Artículos de opinión | No hay comentarios

_ distanciaMucho de lo establecido ya no vale o está en tránsito de obsolescencia. Lo que hoy tenemos se ha creado en base al conocimiento disponible, al que tenemos cada uno en nuestra mente que se ha formado viviendo experiencias y emociones. Crear nuevas cosas que no existen pueden ser inventos imaginados por la parte racional e instintiva de la mente humana, pero obviamos esta forma de razonar y solo empleamos la posterior de la mente (energética o suprarracional), se supera el racionalismo y surge un estadio humano que permite la innovación, creando ideas nuevas, cosas que generen valor a la Administración pública.

Los tipos o formas de innovar, (haciendo malabarismos racionalistas), se pueden tipificar en tres: Incremental; Radical; Disruptiva. La primera surge vinculada o colateral al proceso de mejora continua, la segunda discurre creando nuevos conceptos y categorías en productos o servicios para el ciudadano o para mejorar el costo de las organizaciones. Pero la más rompedora, la tercera, emerge al crear nuevas normas de juego, en proponer nuevas cosas nunca imaginadas antes, que es justo lo que la sociedad demanda: romper cosas inútiles y crear valor público. Cuando la mente al discurrir para crear acciones de mejoras o cambios se basa en el conocimiento conocido, el de los pensamientos fijados en la mente, se pone como techo solo llegar a desarrollar en el mejor de los casos innovación incremental y/o radical. Lo racional limita el progreso, es más de lo mismo.

En el caso de la Administración pública, que como definida función tiene la facilitar la vida a los ciudadanos para que sean lo más felices posible, aparecen muchas oportunidades y la necesidad de innovar. También para que se puedan crearse puentes que permitan cambios, tanto para evolucionar de la forma más inteligente posible en volver al orden justo, el poder informal del cual gozan algunos empleados públicos siendo una barrera para la eficiencia. Acción prioritaria para poder pasar a la eliminación y transformación de múltiples servicios que demanda sociedad y proceder a dar paso a potenciar la ética profesional necesaria para romper las barreras, que bien define Víctor Almonacid[1], la ética y la voluntad de cambio de los funcionarios es imprescindible para demoler cada una de estas siete barreras: La de “siempre se ha hecho así”, base demoledora de muchas iniciativas de progreso; La “jurídica” con sus perfeccionismos paralizadores; La “burocrática” que se ha quedado anclada el siglo XX; el “hiperformalismo”; La “lingüística”; la del “trato personal” y la “económica” como coste para la ciudadanía en la obtención de información pública.

Todo esto requiere coherencia y transformaciones. Las personas y el liderazgo silencioso, son los protagonistas en la Gestión del Cambio; hay que contar con su mente y su parte emocional predispuesta para ello. En la Administración pública los empleados, todos los empleados, forman el crisol donde debe de forjarse el futuro de la evolucionada organización en la que impere una actividad eficaz y se pueda satisfacer el valor público que demanda la ciudadanía. Desarrollando proyectos basados en innovaciones incrementales y/o radicales no es suficiente. Para transformar la sociedad pública hay que crear cosas nunca imaginadas y los artífices deben de ser los empleados públicos con coraje. Los empleados deben de aportar su capacidad de potencial y emplear de su mente la parte energética, superando así el racionalismo; lo aprendido y experimentado no debe de poner límite a la imaginación creativa. Hay que cuestionar la forma de pensar instintiva y basada en el conocimiento; con las mismas herramientas no se puede descubrir lo disruptivo. Hay que aprender a emplear la mente en toda su dimensión y tener el valor colectivo para empoderarse y superar las barreras que el deterior de la función pública en muchas cosas ha situado ante el ciudadano.

El cerebro está programado, no por instintos racionales, sino por la memoria personal. He aprendido de Luís Racionero[2]; que el cerebro piensa en base a la memoria personal, combinado los conceptos almacenados en las memorias del cerebro, se procesa la información que viene de los sentidos, y se dan órdenes de reacción que son deliberadas y cambiantes. Cada persona deduce órdenes distintas por la información distinta que procesan. Es la forma deliberada de usar la mente que pierde frescura al desarrollarse y no eliminar el conociendo anterior, sino que se superpone y coexiste con él. Hay que crear nuevas realidades, olvidar pensamientos pasados. Para innovar hay que partir de cero, hacer el esfuerzo de desaprender (Crea una situación bottom line).

Recordando a Krishanamurti [3], decir que el pensador es el pensamiento es delatar que el yo, el ego, sólo son los pensamientos, recuerdos y proyectos pasados y lo resume así: “La realidad no es una cosa que se puede conocer con la mente, porque la mente es el resultado de lo que se conoce”. Ahí la necesidad de salir se lo establecido, de pensar lo nunca pensado. En términos de Marina Garcés[4], valorar avanzar hacia la libertad en opinar y decidir en la Administración pública, dice: ¿Por qué obedecemos si podríamos no hacerlo?… En todo aquello que sea mangoneo, no ético o poco transparente.

Progresar en la Administración pública tiene este gran problema, hay que lograr que empleados públicos con talento se predispongan como artífices colaboradores del de generar un modelo de cambio. En sus mentes están esos perversos pensamientos de propuestas trabajadas que nunca vieron la luz, el sufrir las consecuencias de gente mentirosa (políticos y mandos) que acumulan muchas promesas incumplidas y aplastan la voluntad de mayoría de los empleados públicos para afianzarse como conservadores. Sienten temor por los cambios: miedo a perder poder, temor a perder estatus, miedo a reciclarse y el que con formación si puede solucionarse, el temor a no estar a la altura de las nuevas exigencias profesionales, tal como explica Carles Ramió[5] en su artículo: “Consejos para los directivos públicos ante un cambio organizativo”.

Hace falta poner mucha dosis de imaginación para innovar y que evolucionen muchas organizaciones públicas. El empleo de la mente para pensar en lo no pensado, potenciando y abriendo la forma de pensar fuera del instinto y el conocimiento adquirido. Tal como dice Racionero “Cuando falla la imaginación caemos en la razón, y cuando falla la razón caemos en el instinto”. La innovación en una organización o comunidad, depende de la voluntad de las personas y en que estas aprendan nuevas habilidades (skills) como herramientas cognitivas que les permita llegar al estadio de pensar de forma disruptiva. No es fácil obviar la parte instintiva y la del conocimiento para la toma de decisiones, pero el mundo de la creatividad está en la parte de la mente no racionalista. La que tienes que descubrir.


[1] Jurista y directivo público; [2] Autor con una vida dedicada al estudio de los textos más destacados de la humanidad; [3] Fue un conocido escritor y orador en materia filosófica; [4] Filósofa y ensayista española [5] Catedrático de UPF; especialista en gestión pública.


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