A menudo utilizamos la palabra resistencia para designar la capacidad de aguante ante la presión y el estrés que se acumula día a día en nuestras tareas. 

A pesar de ser una denominación socialmente aceptada, no es el término adecuado a utilizar porque el concepto resistencia tiene una acepción referida a materiales.

A nivel psicológico, decimos que “un comportamiento de resistencia es una conducta de oposición de un individuo frente a otro (o a un grupo) que puede tener un valor positivo o negativo. Es negativo cuando funciona como una oposición al bienestar propio y colectivo. Es positivo cuando permite conservar hábitos valiosos a pesar de la oposición del ambiente”.

Por tanto, nada que ver con el significado que queríamos comunicar.

No obstante, disponemos de la palabra resiliencia. Como la anterior, tiene también una acepción de aplicabilidad a los materiales pero, la que nos interesa, está de nuevo referida a la vertiente psíquica. De este modo, decimos que la resiliencia es la “capacidad de los sujetos para sobreponerse a tragedias o períodos de dolor emocional. Cuando un sujeto o grupo humano es capaz de hacerlo, se dice que tiene resiliencia adecuada, puede sobreponerse a contratiempos o, incluso, resultar fortalecido por los mismos”.